jueves, 31 de mayo de 2012

¿Para qué sirve una póliza de cobertura legal?


Continuamente debemos tomar decisiones importantes relacionadas con nuestra vida laboral, nuestra familia y nuestro patrimonio. Para decidir, pedimos consejo a la gente que nos rodea, sin embargo, aunque nos ofrecen su opinión con muy buena voluntad, rara vez son expertos en el tema de consulta. ¡Cuánta tranquilidad nos daría contar con el apoyo de un asesor competente y capacitado para ayudarnos a tomar decisiones y resolver las dificultades que se presentan en el proceso!

Son muchos los riesgos y situaciones que pueden alterar nuestros planes de vida, y tenemos la mala costumbre de reaccionar en lugar de prevenir. En vez de comer bien y hacer ejercicio, esperamos a enfermarnos para iniciar un régimen saludable; en vez de dar mantenimiento a nuestra casa, esperamos a que se rompa una tubería. Esta forma de actuar tiene un costo muy alto, tanto para nuestra tranquilidad como para nuestros bolsillos.
Lo mismo nos pasa con las cuestiones legales, rara, muy rara vez, consultamos con un abogado cuando debemos tomar una decisión tan importante como comprar una casa o aceptar un nuevo trabajo.

Las Pólizas Lexa de Cobertura Legal ofrecen precisamente eso: el respaldo de un equipo de abogados expertos dispuestos a brindarnos asesoría, asistencia y representación jurídica en el momento en el que lo necesitemos.
Contratar un abogado cuando se debe lidiar con un problema legal inminente implica desembolsar grandes sumas de dinero, eso sin contar el estrés de encontrar y contratar a un profesional honesto y dispuesto a ayudarnos en lo que necesitamos. Es por eso que la idea de contar con una póliza que nos ofrezca cobertura legal cuantas veces lo necesitemos durante un año, tiene mucho sentido.

Lexa brinda a sus asociados información clara y oportuna a fin de que puedan anticipar y prevenir riesgos legales, y, cuando lo requieren, les garantiza eficiencia en tiempo y forma en los procesos jurídicos.

Más allá de los servicios que ofrece, Lexa busca iniciar un movimiento de conciencia ciudadana integrado por hombres y mujeres convencidos de que la legalidad y el orden son el camino para lograr la armonía social que transformará a México.
Defender nuestros derechos y asumir nuestras obligaciones nos da madurez cívica y nos brinda la posibilidad de vivir tranquilos y en armonía con los demás.

martes, 22 de mayo de 2012

Paradoja ciudadana


Polo Noyola
Mayo, 2012 


Un singular país el nuestro, los ciudadanos de a pie corremos el riesgo de perder la vida, el patrimonio o la libertad si se nos ocurre estar en el lugar y la hora equivocados; un país en donde pocos detentan un enorme poder y en el que muchos carecen de las más mínimas garantías individuales, como el derecho al trabajo, a la educación o la salud.

Pero en este país, partido en rebanadas tan desiguales, hay una paradoja difícil de creer si acaso no eres mexicano. Existe, derivado de nuestra ancestral corrupción, un influjo extravagante que llena las manos de poder a depauperados ciudadanos que por una acumulación de omisiones en la práctica de la ley se convierten en pequeños magnates de una esquina, una calle o un vertiginoso autobús urbano de pasajeros, donde ellos son la ley, sin pelos en la lengua.

Un jovencito que acaba de cumplir su mayoría de edad es capaz de someter al más grande terror a cincuenta pasajeros que tuvieron el infortunio de abordar su autobús; un cuidador de coches es capaz de cantar la palinodia a medio centenar de ciudadanos y decidir quién puede y quién no puede estacionar su coche en una avenida pública de la ciudad, que controla como su propiedad, tiene bloqueados los espacios con botes vacíos de pintura, cajas destartaladas de madera o simples piedras que ha traído de algún lugar. Una pobre señora cargada de tres hijos es capaz de bloquear, o al menos estorbar, el paso de una avenida importante con el efugio de pintar de amarillo un tope que las autoridades tendrían que haber pintado; hordas de pequeños delincuentes asaltan vehículos en los semáforos con el pretexto de limpiar un parabrisas que poco importa si no está sucio; pordioseros empoderados por los huecos profundos de la acción de la ley. Parte de un poder paradójico que los mexicanos conocemos y franqueamos cada día de nuestra vida, conscientes de que en otras circunstancias esos personajes estarían en la cárcel por obstrucción, por daño económico, por impudentes, si sus desvaríos no fueran simple instinto de sobrevivencia.

¿Cómo culpar a quién, al limpia parabrisas o a la señora que bloquea avenidas, al cuidador que se apropia de calles enteras; cómo culpar al joven chofer del autobús a quien las autoridades le permiten conducir de esa forma criminal? No es posible culparlos, porque ellos son las primeras víctimas de nuestra paradoja nacional. 

miércoles, 16 de mayo de 2012

¿Qué es el reparto de utilidades?


El reparto de utilidades llega como balsa en medio del océano para sacar a flote la economía de los trabajadores: a estas alturas, del aguinaldo ya no queda nada, y faltan más de seis meses para volver a recibirlo.

Las empresas tienen la obligación de compartir con sus colaboradores el 10% de las utilidades generadas a lo largo del año. Dicha obligación queda establecida en el artículo 123, apartado A, fracción IX de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, y en el artículo 117 de la Ley Federal del Trabajo.

El reparto de utilidades debe entregarse antes del 30 de mayo, en el caso de personas morales, y antes del 30 de junio, en el de personas físicas.

Estaremos publicando más información al respecto, pero, si quieres, puedes leer hoy mismo el artículo completo publicado en la página de Lexa Consulting.

Conocer tus derechos te permite exigir su cumplimiento.

¡Bienvenido al mundo Lexa!


martes, 15 de mayo de 2012

Servicios públicos pirata; Por Polo Noyola


Mayo, 2012
Polo Noyola

Para levantarnos el ánimo de tanta crisis y en vista de que los ficus de la banqueta empezaban a invadir nuestro patio, acepté la oferta de un joven desempleado que por 300 pesos, dijo, podaría los tres árboles. Incrédulo y con un poco de mala conciencia, pues es mucho trabajo para tan poco pago, terminé aceptando ante su insistente solicitud. “Le daré de comer y le compraré una coca”, negocié conmigo mismo, así que puso manos a la obra.
Podó un solo árbol, con tanta furia, que tapó el paso de la calle. Tuve que desatender mis labores para acudir al llamado de los claxon de los vecinos que querían pasar. Era una cantidad de ramas insospechada. Discutí con mi amigo y por el momento las apilamos en la banqueta de la casa, pero ahora nos impedía el libre tránsito a los usuarios del hogar. Como pude, penetré a nuestro domicilio e hice una llamada al Ayuntamiento de la ciudad para que me ayudaran a resolver este desaguisado. Para mi sorpresa, una amable señorita tomó nota y me tranquilizó: “voy a enviarle un inspector para que evalúe el monto de ramas y le haga un presupuesto”. Perfecto. Yo calculé en cien pesos adicionales e hice mis cuentas, que no resultaban tan gravosas. La sorpresa fue que cuando por fin pude salir de la casa entre las ramas, ya había llegado el inspector del Ayuntamiento, a quien felicité por la prontitud de sus auxilios, pero rápidamente me quitó la sonrisa optimista de la cara. Con mirada preocupada como la de un ingeniero que construye una presa, calculó en tres tráileres las necesidades de evacuación, lo que por poco me provoca un accidente de evacuación, pero estomacal. Discutí argumentando mis derechos ciudadanos, los impuestos que nos cobran por aquí y por allá, las promesas del alcalde y la tremenda crisis que vivimos, lo que momentáneamente conmovió su endurecido rostro de ingeniero. Me dijo que tal vez cabría en uno, y por tratarse de una emergencia, buscaría hablar con el chofer para que me lo dejara en 1,300 pesos. Debería hablarlo con un regidor o el propio presidente municipal, no con el chofer. Pero en ese momento no le puse atención.  Tenía que ser rápido, pues si pasaban “los de ecología” podría hacerme acreedor a una multa por una cantidad mucho más alta. Le di las gracias por el estupendo servicio municipal y lo despedí con violencia contenida. Se fue con cara de “ahorita te echo a los de ecología” y yo me quedé con mi joven desempleado, que ya tenía el pobre ficus tan pelado como un árbol de Dalí. “Ves lo que pasa por ayudarte”, me desquité con él, puesto que había participado en toda mi negociación. “¿Tiene mecate?”. Claro que tengo mecate. “Tráigalo”, me ordenó. Y en menos de lo que canta un gallo, con mi ayuda, amarramos paquetes de ramas, una tras de otra, hasta juntar 24. Eran unos rollos compactos, de un metro y medio de largo por cuarenta centímetros de diámetro, que apilamos junto a la cochera, dentro de la casa, lo que me quitó, por lo menos, la preocupación de “los de ecología”, que ya andarían rondando la colonia. Le di 200 pesos y la comida programada, pero la advertí que no se me volviera a aparecer con sus grandes ideas.
Una semana después, ya medio secas las ramas, al pasar el camión de la basura, salí con cincuenta pesos en la mano y, a sabiendas que es ilegal que carguen ramas en sus recorridos, los exhibí provocadoramente al tiempo que indicaba el montó de ramas junto a la cochera. Entraron cuatro hombres y en segundos desalojaron el montón. Asunto concluido.
Cuando reflexionaba en este gesto de solidaridad que resultó tan desafortunado, pensé que esa es la forma en que hacemos las cosas en México, nuestra famosa corrupción que es, en realidad, la forma práctica que tenemos para resolver nuestros problemas. No es que sea una cultura ajena a nuestra cultura, que asumimos momentáneamente mientras nos volvemos menos corruptos, sino que se trata de mecanismos sociales, convenidos por todos, para arreglar las cosas que los diferentes niveles de gobiernos se niegan a afrontar, al menos, con un sentido social. Un tema de larga discusión.